2 de septiembre de 2016

de ser cierto, ya no habría más limones


es tristemente común escuchar una y otra vez la siguiente frase: “cuando la vida te da limones, haz limonada.”

este consejo de ‘sabiduría existencial’ popularmente adoptado y extendido (desde su origen sin duda anglosajón [inventada quizá por algún ‘creativo’ de Hallmark a inicio de los 80): “When life gives you lemons, do lemonade.) parece tranquilizar, e incluso motivar a aquellos quienes lo escuchan cuando están inmersos en una situación de la que no ven cómo salir (si es que van a ‘salir…’), pero no pueden —o realmente no quieren— seguir en ella.

sin embargo, ¿por qué no pensar en otra alternativa para este asunto de los ‘limones’?

limonada no es lo único que puede hacerse con ellos. de hecho, sus posibilidades de uso son infinitamente más variadas de lo que muchos imaginarían. de tal suerte que, si hubiera de adoptar —muy a mi pesar, pues detesto la frasecita— ese ‘consejo de vida’, lo alteraría de la siguiente manera: “cuando la vida te da limones, haz lemoncello.”

¿por qué?

empecemos no sólo por su delicada y efectiva capacidad ‘desestresante’ (del lemoncello, claro), sino porque en el proceso que tarda su creación, digamos: el tiempo de los limones —es decir en estos casos, el nuestro— se ve obligado a detenerse, a observar, a escuchar, a conocerse más (o al menos uno poco). y detenido el tiempo de desesperada búsqueda por ‘hacer’ algo con esos limones, la vida empieza a develar sus matices. los problemas muestran otras facetas, las preocupaciones se entienden desde otro lado y las angustias dan cuenta de su carencia absoluta de sentido o de nuestra absoluta carencia de lucidez.

esperar el tiempo que requiere hacer lemoncello es un reto contra la adversidad y la urgencia por comprobarse —a uno mismo— (tanto como al entorno) que no nos dejaremos vencer por media docena de limones.
esperar no es rendirse, es un acto/acción/decisión/condición de lo más complicado que se le puede pedir a la conducta cotidiana: tener paciencia. [de hecho, es muy probable que de haber tenido y ejercido la paciencia necesaria de origen, no habría uno acabado escuchando “pues mira, si la vida te da limones…”.]

sea pues momento de perforar y deslizar el sentido de este particular y tan bien recibido consejo popular y ‘darnos el lujo’ —siendo que ciertamente ante los problemas, darse tiempo, es un lujo— de esperar a que maceren las cáscaras de limón, el azúcar y el toque de alcohol que requiere el reposo de la futura bebida italiana de tan alegre nombre.
no será la primera vez que tengamos que tener paciencia —por ganas, necesidad, urgencia u obligación—, ni será el único momento en el que podamos aprender mucho de ello si nos decidimos a verla efectivamente como un ‘lujo’, y no como un estancamiento, una condena —esperanzadamente pasajera.

así que, mi consejo de hoy es como una de las creaciones de la casa de moda francesa, central saint martin (csm), presentó hace unos meses en la semana de la moda en londres como parte de su colección otoño 2016. un ‘atuendo’ para mujer con un diseño en color mostaza en seda satinada-semimate, de gabardina corta y pantalón, iguales en color y textura, holgados pero afianzados seriamente en la cintura, zapatos negors altos y cerrados. si bien lo interesante no es esto sino que la modelo cubría toda su cabeza —rostro, cráneo e incluso parte del cuello— con una especie de capucha de finísimo tul blanco en varias capas que impedía verle el rostro. sobre ella, a la altura de los ojos, una sola frase bordada en letras negras en manuscrita diciendo, con la siguiente frase, orden, consejo o consigna: “don’t cry.”

en esta imagen se avista un paralelo perfecto a la absoluta ineficacia del ‘hacer limonada’ que tanto se recomienda, cuando se siente que la vida se está yendo por la alcantarilla con alarmante velocidad y no necesariamente por motivos inteligibles (o al menos no comprensibles en esos momentos de pánico). siendo que, no sólo no vemos lo que es ‘eso’ que está ‘mal’, sino que nos nublamos en capas extra lo que podría ser una mirada más limpia, integral y claro, enterada de los diversos ángulos de ‘ataque’-por-espera de las condiciones ante las que nos sentimos indefensos.

no. por lo general, escondemos la cara y nos obligamos a hacer lo que sea necesario para —a nuestro entender y el del común social— actuar velozmente frente al surgimiento de un pequeña pero intenso drama, o una catástrofe potencialmente destructiva. dando cuenta con ello que no nos hemos dado por vencidos y que estamos desde-ya, ‘resolviendo’ la situación.

de nuevo, no. no va por ahí, eso sí es seguro.

por principio y sencillamente por el intenso desgaste que supondrá para todo y todos los implicados. con la confianza propia y si es necesario silenciosa [aún si absolutamente solitaria y posiblemente criticada por nuestros allegados] sabiendo que la maceración (es decir la espera=‘no hacer nada’) trae siempre consigo el sabor agridulce y seguro de la batalla ganada al ritmo que el problema requería; y no, al ritmo al que frenéticamente quisimos o rogamos por poder darle salida, muerte, resultado o solvencia.

lemoncello.

quitar las vendas del rostro —siguiendo sí el consejo bordado en negro por csm para, en cambio, poder usar esa bellísima en su agresiva y sutil malla de encaje, para hacernos de unos guantes que suban acariciando apenas el borde de la muñeca;  convirtiendo la espera en un experiencia mucho más estética y amable, cuanto posiblemente erótica e inteligente.

los ‘problemas’ se resolverán a su ritmo, en forma, condición y materia predestinada por más ‘limonada’ que queramos o intentemos hacer. lo que sí resulta vital es mantenerse en todo momento atento a las señales, y no ignorar cualquier indicio de posibilidad de acción, en pos de una falsa velocidad resolutoria. [cuidado: tampoco implica no hacer nada y punto.]
dicho lo anterior, no queda más que brindar por aprender a saborear esa espera cautiva en ‘tiempos de limones’.



marcela quiroz
septiembre, 2016


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