15 de octubre de 2013

sobre el dar del nombre y mariposas inexistidas


sin ella –mi muerte– yo no habría escrito.
no habría roto el velo de mi garganta.
no habría lanzado el grito
que desgarra los oídos, que raja los muros.
hélèn cixous

esta frase herida por las condiciones y ‘sujetos’ que llama a sí, es una de tantas entre las que ronda hélèn cixous es su libro la llegada a la escritura. la radicalidad que implica la frase –el hecho– asemeja, sin duda, muchas realidades presentes ahora que esa, ‘la’ enfermedad acontece casi por entero invisible; ese velo sobre la garganta que hace y deshace a placer desheredando desde dentro sus propias células.

mi reencuentro hoy con esta cita viene en un momento especialmente ‘oportuno’ –­–casi destinado– afirmaría no sin cierto tremor; sucede así en extensión consecuentemente obligada –aunque probablemente también casi invisible a ojos terceros– el enlace que llama sobre la obra recientemente expuesta de pablo vargas lugo (pvl en lo subsecuente) en la galería labor (mx) dirigida por pamela echeverría.


a pesar de lo que ‘debiera’ ser y hacer una reseña crítica integral, formal o convencional, me daré el lujo de hablar solamente de la mitad de la mitad de la muestra (siendo el ’todo’ de la muestra un sutil e inteligente diálogo entre obras recientes de irene kopelman (ik) y pvl). lo haré porque encuentro en las piezas caligráficas en papel sobre papel sobre papel de pvl, un destino tan buscado como aún apremiante al transcurrir de mi propio presente.

¿y no es tal el arte que llama? desde adorno –ese que se funde a sí mismo; aquel que se deshace para existir. derrida hablaría quizá, como yo ahora, de una obra que rasga el velo de nuestra garganta. esas muy contadas obras que llaman y te nombran, obligan a dar cuenta del instante cuando sucede, realmente, ese encuentro con una obra sustancial.


hace varios meses desiertos en los que no veía ya en méxico la silenciosa y sutil potencia que traza y rasga una serie de extrañas caligrafías recortadas delgadísimas sobre la misma fragilidad que les hace existir. entiendo ahora que es esto lo que pvl replica a su vez en uno de sus cuerpos de investigación, insistentes, que viene conformando hace varios años: el mundo (y el) imaginario de las mariposas. sus trabajos anteriores sobre el tema son bien conocidos y por supuesto, reconocidos dentro y fuera de su contexto local, así que también me daré el lujo de no me detenerme en ellos.

lo que busco y encontré en su obra está en la escritura. siempre la escritura. 

ese llegar a la escritura con el que titula cixous ese poco leído librito, es lo que encuentro llegando al cuerpo (y al cuerpo de obra) que hace unos días tuve de frente –sin más mediaciones que un palmo de aire y un afortunado silencio-previo al barullo inaugural. [la expo en-par de ik y pvl se inauguró –con agradecido recibimiento, he de añadir– el pasado sábado 6 de octubre en el espacio íntegro que ocupa labor.]

que.. ¿a dónde llega la escritura que habla de mariposas cuando escribe entre vírgulas un nombre de carácter científico para una especie inexistente pero posible? parecería que es ésta la pregunta que hay que enfrentar para saber, a su vez, llegar
 
resulta que después de años de exhaustiva investigación, pvl decide ‘inventar’ su propia nomenclatura sobre el parecido nombrar científico; (inventar(se) el nombre entre decisiones siempre un tanto arbitrarias, y en homenaje personal al ‘descubridor’ (como ha señalado el artista en un reciente intercambio escritural con quien firma). 

de tal suerte que, aquejando el mismo arbitrio, pvl conjura al espacio interior de su más reciente muestra en galería [siendo que una gran parte de la expo acontece al exterior, sobre los árboles, entre banderas que son recorridos nervados en busca de patrones y colores similares a una personal selección de especies]; cinco nombres de mariposas que ‘pudieran existir’ –y por qué no, quizá algún día, sean. nombres que (al menos por ahora) son trazos complejos, destinados casi a su propia y frágil ilegibilidad entre infinitos puntos de quiebre-por-venir como (pre)vienen las alas de las mariposas –especialmente cuando muertas, desoladas de ese canto de irrigación vital sin el que se hacen como si de papel, delgadísimo también, exquisito en la fatal inminencia de su perfección.

desde esta inminencia es pues con la que pvl nombra sus nombres; con el mismo rigor que ahora aparentan las inexistentes alas que podrían incluso estar-siendo en otro lugar al que no ha accedido el ojo clasificador de las ciencias naturales. 
 
lo cierto es que resulta innegable, desde el momento en el que pvl descubre a la mirada pública esta serie de mariposas que –hasta entonces inexistentes sino al llamado– empiezan ya a existir en el instante en que se han dicho sus nombres. nombres por-venir que llegan calando sus cuerpos sin bordes, sobrescribiéndolos en blanco algodón prensado uno sobre otro. se ha escrito en ellas la individualidad de especies que aún restan por llegar. 

sobre ellas, el artista ha sumado ya, incluso, el tiempo de su existencia. cada vírgula-en-letra abecedaria, recortada con mano de pulso preciso, está sumando sobre el andar de su propio desgarro una temporalidad contenida; sostenida desde entonces en cada una de las palabras hundidas y sobrepuestas de continuidad. 

pues hay que decir que los nombres se siguen sobre un mismo trazo que es un mismo corte que es una misma mano que hace una misma vida. es tal que los nombres de esas mariposas que ahora conocemos por nombre(y no por vista), están inscritos como se escribía en tiempos de la colonia –cuando el escribano recorría las palabras con el mismo empuje que le permitiera el tiempo de cada infusión de tinta sobre la punta escribiente. como si fuera el aliento vital el que dura y dicta la continuidad de lo decible en la temporalidad hablada que soporta el cuerpo antes de volver a tomar aire para seguir diciendo su propia duración.



y en estos impulsos es donde cabe la posibilidad de creer que hay –fuera de lo conocido; a distancia de lo asignado; esperando en duda sobre lo irrevocable– una posibilidad otra, acaso (a)parecida, para seguir existiendo entre los trazos de nuevas palabras que nombran vidas-todavía-sin-llegada. todavía. una posibilidad para decir lo que aún no está vencido por exceso de consignas, de historia, de políticas biológicas para el correcto ‘saber existir’. esas configuraciones sociales que nombran sin-ver lo que igualmente sin-ver les mata, nos mata, siguiendo el tiempo que dura nuestro mismo, continuado y solo trazo de existencia.

la nomenclatura inventada de pvl –thysania perfusa, heteroscripta cthonica, mimica exhilarans, sacrifica petrobras, danaus xylophanes, hanadryas defoliata, lepidokirbiya binaria (y mi favorita) eumorpha melvillea– se apropia pues de una metodología lingüística y su peso correlativo, tan sólo para deshilvanar su aparente certeza científica entre trazos de ilegibilidad. 

pues resulta tan importante el nombre como su invisibilidad; al proceso sumamente complejo que da lugar al descifrar los nombres que los delicadísimos recortes en papel des-dicen uno sobre otro, empalmados dos y tres veces sobre la hoja de ‘fondo’ que recibe tanto como absorbe la escritura en cada giro de sus múltiples y acompasados trazos. [composiciones en equilibrios caligráficos que podrían incluso parecer a primera vista, residuos confesados de alabanza, propios de esa contenida sensualidad árabe; situando su (a)parecer casi accidental; un poco más cerca de la obra intemperie de pvl tendida en la sala principal del museo experimental el eco a inicios del 2012. donde una alfombra –cuya tipología remitía de inmediato al imaginario figurativo del medio oriente– se fue deshaciendo desde dentro-por-fuera en el mismo polvo que la constitu(ía)yó.]

sucede pues que pvl da nombre a nuevas especies con finísimas líneas de papel que enlazan nombres, uno a uno, hasta conformar la casi-imposible continuidad de sus llamados. pero, a pesar de los silencios que de suyo comportan los espacios que circulan las letras, es preciso no quedar enredado entre la belleza de sus trazos recortados en blanco sobre blanco. entonces es que debemos preguntar(les) ¿qué implicaciones tiene realmente este acontecer caligráfico-existencial-imaginario más allá de la avasallante belleza y pulcritud estética/técnica con que se sostienen por destinos en desplazamiento sus blancas letras? habrá que pensar y llamar sin demora a jacques derrida –quien, se sabe bien, escribió plena y profundamente sobre el dar y el (de)portar del nombre.

portar un nombre, encontrarse destinado por un nombre que (nos) ha sido dado, es un gesto fundacional del que rara vez asumimos conciencia; el nombrar originario, el acto de dar nombre, pocas veces es pensado en sí mismo como acontecer con toda su potencia vital y mortal. ese nombre original, nunca antes pronunciado es(será) el que portan(porten) las mariposas ‘inexistidas’ de pvl (como tantas otras especies de ‘comprobada existencia’) es el rostro inscrito de lenguaje en ellas y desde ellas hacia el mundo –a pesar de ellas– hasta la muerte. 


mariposas inexistidas les nombro por lo que he venido describiendo, esperanzada, en el llegar de mi escritura más allá o más acá del velo que ha sido también ya rasgado por un cuerpo invisible a la mirada, dotado por-urgida-referencia de un nombre, a su modo, igualmente inexistido. 

son mariposas inexistidas las de pvl porque en el escribir del nombre, cada una de ellas ha ya existido en el llamado que signa, delicado, su no-existir; de tal forma que desde ahora su historia-no-narrada –si todavía-narrable, habrá de luchar contra su des-existencia.

sucede lo mismo con nuestros propios nombres; empezando a ser con ellos, en ellos, desde ellos a lo largo de toda una vida; y siendo el último reducto de identidad con el que puede y podrá llamarse a recordar ese cuerpo que habrá de-venir, dejar de venir; en polvo, tal como se disuelven de aire las alas secas de una mariposa; incluso entre aquellas nombradas para existir después de la existencia del nombre y del don.
                                                                                                                                 
imágenes: cortesía del artista y de labor. (se han omitido las fichas de obra por decisión escritural)

de tiempos espalda


la mujer está tendida sobre una charca de palabras. me han dicho que las charcas –que no son charcos– llevan más tiempo sumándose; más tiempo de aguantar que poco a poquito se les vaya juntando encima el agua. agua que viene de todas partes y se acumula sin orden, como ahora, de todas densidades. las de ella, las que nublan su charca son frases no dichas; diálogos inventados; explicaciones repetidas en la cabeza hasta el hartazgo; frases que han roto pedacitos de piel y profundidades de la memoria.
la mujer desnuda está tendida sobre una charca de palabras. en algún momento, no sé sabría hace cuanto tiempo, se ha vuelto de costado; quizá para no dar el rostro. quizá para evitar esos pedazos de oración que le escurren por el cuello. quizá simplemente para darnos la espalda. pero aún sobre ella, sobre la zona que anticipa las caderas, la espalda está ya embarrada de algunas letras y un par de números. a pesar del tiempo-de-costado, la espalda baja sigue llena de palabras. y un par de números.
la mujer desnuda está tendida de espaldas sobre una charca de palabras. por su exiguo respirar sabemos que ese cuerpo hubo llorado ya infinitas tardes y noches. hay una respiración contrahecha pero de tanto intentar, pacífica, que sólo consiguen los cuerpos que han sufrido por años. se sabe, con sólo verla de espaldas, que la mujer ha sufrido lo que el tiempo no dice, acaso incluso no lo recuerda. puede ser algo de eso, de esto, lo que empañe la charca. y sin embargo, el cuerpo luce impecable a la luz cenital que delicada, la cubre. parece que no hubiera pasado sobre ella, el destino. resta en tanto una sola posibilidad para justificar la dolida respiración doliente, la mitad de todas esas palabras encharcadas siguen dentro de ella.
la mujer desnuda está tendida de espaldas sobre una charca de palabras que de ella se escurren; a medias, pesadas, descoloridas, perdidas de sentido y sustancia cuando debieron haber sido dichas. sin embargo, fueron silenciadas. se las debe haber tragado una a una hasta que ya no cabía ni el rabillo de una letra más. debe haber sido entonces que el peso de tanto sufrimiento finalmente la tiró al suelo y sobre ella, a sus costados, en derredor, se disgregaron revueltas el resto, los residuos, de lo que no se pudo decir, entonces, quizá incluso hace décadas. 
la mujer desnuda está tendida de espaldas sobre una charca de palabras que de ella se escurren develando (y recordándole) que antes de ese día funesto hubo otra vida. con más o menos palabras, no se sabe, ni parece que le importe. era una vida otra; esto es lo fundamental. de no haberse quebrado, la mujer tendida de espaldas sobre una charca de palabras, estaría quizá escribiéndolas a ritmo constante y bien puntuado. no habría pues, dado ya la espalda, vencida y en protección. tirada, como cuando las detonaciones confirmaron su zona más vulnerable. probablemente fue desde entonces, durante este instante eterno en el que pasaron las balas apenas centímetros arriba de la espalda, que se le partió el cuerpo en dos. nadie se dio cuenta. ella lo sintió con absoluta y aterradora claridad, pero pronto hizo de ello, olvido; era mejor así. sería casi imposible explicar cómo te hiere una bala que casi te roza; una bala que, de haberte entrada por la espalda posiblemente te hubiera dejado desde entonces como ahora, tendida de-costado; pero entonces hubiera sido visible el daño, igualmente irreversible de irreverencia y mezquindad. hay dolores que son así, sabes, mezquinos. el de la mujer desnuda tendida sobre una charca de palabras era uno de esos dolores silenciosos e invisibles; esos que no (a)parecen sino por dentro, en su caso a toda hora, como eterno y fiel acompañante, funesto de presente; podrido de realidad; despreciable y mezquino, insaciable, rompiéndolo todo a su paso –especialmente las palabras que hubieran querido ser frases.
a veces, como para justificar el dolor, la mujer tendida de-costado se dice a sí misma: “al menos todavía tengo espalda. por lo menos, aún puedo darla.” recuerda lo que leyó después de conocer a safaa. entre los egipcios, desde tiempos que han hecho su historia, se dice de un extranjero que es aquél que no tiene espalda. ser un sin-espalda es no pertenecer a nadie ni a nada. reconocerse en ningún sitio. “al menos todavía tengo espalda.”
otras veces, muchas más de las que pueden soportarse en sano juicio, el cuerpo de la mujer recuerda solo. y se cimbra sin avisar desde el tiempo antes del quiebre; se cimbra en prevención, como si queriendo haber avisado lo que venía. como pidiendo, todavía, un mejor cuidado, algo de protección; salvamento anticipado. podría ser que fuera por esos momentos que la mujer tendida de costado sobre una charca termina así, encharcada de prevenciones ignoradas; desahuciada de vaticinios; devastada por el tiempo antes del quiebre, cuando aún era solamente vulnerable, extremadamente vulnerable a lo que estaba por venir. la mujer entiende entonces que el cuerpo lo supo antes y trató de anticipar su propio mal, como si para salvarse de su propia caída. para evitar la brutalidad del duelo inconsumido que habría de venirle por vida.
 .   .   .
y sin embargo pienso, ocurre, viene a suceder en mí que la mujer tendida de espaldas está todavía protegiendo algo. el cuerpo exhala, entre tanto vencimiento, todavía un rezago en pie de guerra. después de la espalda y las palabras encharcadas todavía resta de sí una parte que salvar del nombre que nombra su indiferente discapacidad.
lo que queda está del otro lado. dada la espalda, incluso y primero, en definitiva y a pesar de la inconfesabilidad del dolor, la mujer todavía protege; se protege de sí. y guarda en su garganta lo último que le queda para silenciar el grito que llama en destrozo lo que quisiera nombrar como una extrema injusticia; crueldad atroz que jamás ha podido explicarse plenamente. lo guarda, hecho un círculo de proporciones y composición indefinidas. un cúmulo, acaso pequeño, –si fuera del cuello; pero pesado, –si dentro de él; que le dice, algunos días, todavía