18 de marzo de 2011

Sobre un tal Ireneo y su estar de espaldas


De Ireneo Funes se ha escrito ya, seguramente muchas más veces de las que conozco. Así sucede con los cuentos de Borges, por lo general la citación tiende a proceder ad infinitum, especialmente en este tipo de relatos en los que la historia de una vida se nos da en pedacitos, sin moraleja, apenas para decirnos que esa vida inexistida fuera de las letras, puede ser en parte la nuestra, de aceptarlo. Así que me encuentro pensando cómo y por qué, es decir, en que condiciones es que el personaje principal de Funes el memorioso hubo de desarrollar la avasallante capacidad mnemónica que señalaría su singularidad e idóneo andar para un relato borgesiano.


Cuenta Borges que a raíz de una caída y su posterior estado-de-lisiamiento, Funes se ve desde corta edad confinado a la existencia varada. [De eso, del estado encallado, sé bastante. De las ‘condiciones’ que este estado implica y conlleva sigo a diario reflexionando siendo que hay que entender que las condiciones de una cierta condición médica no sólo condicionan sino condensan; señalan un estado supeditado que sucede ya siempre en el infinito pasado imperfecto del ‘si acaso no..’ –posibilidad invertida que tiene que aprender a existir a condición de no existir como antes.] El asunto es que en el relato del memorioso sucede con absoluta naturalidad el traspaso del desenlace lisiado al desarrollo de una cualidad notablemente superior a la media. Tendido en su cama sobre el costado, de espaldas a la puerta, a Ireneo no le queda más que recordar. [Extrañamente a mí me ha pasado a la inversa aun si sobre el mismo eje, tendida en la cama sobre un costado desde el desenlace iniciático de mi condición no me ha quedado más que olvidar.]


Borges nos hace suponer que a raíz del accidente fatal Ireneo deviene en una especie de cuerpo memorioso exacerbado. El cuerpo suyo que no puede ya moverse y recorrer los ‘afueras’ para ver lo que aún podría sentir de verlo-andando, lo suple su memoria reviviendo con absoluta precisión segundo a segundo lo que antes vio, vivió y sintió. Su existencia ‘adentro’ procede en desmenuzamiento preciso y puntual sobre el detallado recuerdo de lo vivido. Su prodigiosa memoria-de-espaldas al mundo hace que el joven tendido en la oscuridad lo recuerde todo viviendo desde entonces sobre la superficie sensible del pasado con tal precisión que, Borges parece sugerir, es como sí realmente estuviera de nuevo viendo aquellas nubes de tormenta antes de la trágica caída.


Terminado el relato resulta que uno no sabe si sentir lástima por el tal Ireneo, o si en cambio Borges nos ha puesto de frente a una suerte de existencia perfecta en su completad, autosuficiencia y desmembrado potencial. Ciertamente es digno de alabanza el estado sobreviviente que ‘consigue’ Ireneo (por imposición) después de su incapacitante accidente. Recostado en su cama con la cara vuelta a la pared, el vecino de Fray Bentos aprende latín en una tarde de sólo leer Naturalis historia de Plinio acompañado de un diccionario adecuado.


Cuenta el narrador que con una sola mirada sobre un árbol, un río o algún tratado filosófico, Ireneo Funes funcionaba como una especie de superficie-en-registro radical, absorbiéndolo todo sin capacidad de medicación, edición o considerada exclusión. El problema intrínseco a su habilidad no estribaba solamente en la incapacidad de dejar fuera cierto orden de lo intrascendente o bien, poder anular la duración de lo que hiere, sino que el proceso de rememoración implicaba el mismo tiempo que el que le había gestado. Ireneo estaba desde aquel accidente fatal condenado a vivir su vida en retrospectiva. [Ciertamente la tendencia doliente por regresar una y otra vez en añoranza sobre las cualidades que ese pasado antes de la herida prometían y quizá en ocasiones lograban, es una tortura recurrente sobre las que la mente gusta en insistirle al ánimo del cuerpo varado.] Por eso sin duda, que Borges haya mencionado casi de pasada que Ireneo estaba de espaldas cuando a su habitación entró el narrador. [Cuando leo esta mención postural doy cuenta clara de que hay que seguir pensando las significaciones presentes y negadas que comporta este ‘estar de espaldas’. ¿Se anticipa el postdoctorado?]


Lo cierto es que Ireneo pasaba sus días sobre el canto del inviable presente y el afianzado pasado, evitando ese ‘estado de caída infinita’ al que se refería Barthes entre los impulsos de la vida cotidiana como duración desenlazada antes o después de la escritura. Para Ireneo, no caer en ese abismo significaba seguir recordando, perfectamente conciente del innecesario presente que le había sido destinado. [Cuando las condiciones se asumen en integridad la línea entre lo efectivo y lo necesario se subvierte con crueldad.]


Seguramente habiendo calculado ya el corto radio de acción que su nueva condición le dispondría, Ireneo pronto debió haber entendido que cuando uno tiene que estar periódicamente tendido de lado, vale más contar con lo que se tiene dentro. Lo inquietante es que esa condición tendida obliga necesariamente al cuerpo a elegir sólo una de las vistas posibles. Ireneo eligió hacerse de una vista-pantalla sobre el muro, casi siempre a oscuras, siendo intrascendente si tenía los ojos abiertos o cerrados ya que sobre ambas –la vista nula y la mirada interior– habrían de proyectarse solamente las imágenes antes capturadas en la memoria. Así como se entiende que teniendo esta expansiva cualidad absorbente, Ireneo se hubiera vuelto ya muy reservado sobre lo que valía la pena tenderse hacia sabiendo que aquello que por accidente o decisión mirara, quedaría irreversiblemente impreso en su memoria. [Por el contrario me parece que hasta hoy yo he elegido la vista-panorama en la que extiendo imaginariamente el cuerpo sobre el horizonte marino acorde a esa misma dirección distendida. Las razones para hacerlo, imagino también, suponen una suerte de reverso a la condición esquinada que emplaza mi ubicación geográfica, física y emocional en la que habito desde el ‘accidente’. Por eso que, al contrario de Funes el memorioso mi memoria se afana en disolverse una y otra vez sobre sus estancos. De no hacerlo la cronicidad terminaría por engullirlo todo, llegando incluso a esquinar el horizonte.]


Borges nunca comenta si Funes, después de la caída, quedó perennemente acompañado de algún tipo o intensidad de dolor. De no mencionarlo podríamos suponer que no, que Funes no padeció la cronicidad del dolor sino de la inmovilidad. La distancia entre ambas condiciones –la del cuerpo tendido doliente esperando el paso del dolor y la del cuerpo tendido inmóvil esperado el paso de la memoria– supondrían un estado de convivencia consigo no muy alejado. Ambos están obligados a darle la espalda a algo. (Resucrando el dar derridiano.) El dolor da la espalda al pasado. La memoria da la espalda al presente. [Quizá si aprendiera de nuevo a recordar…]



Marcela Quiroz Luna


Tijuana, BC marzo 18, 2011